En el imponente salón del castillo, representantes de todas las agencias del reino tomaban apuntes.
—Debéis traerme esto, debéis traerme aquello y debéis traerme lo otro —gritaba con voz firme el poderoso rey desde su trono.
Antes de que sonaran las trompetas de la guardia real en siete días, todos sin excepción, debían presentar la licitación a su majestad.
Era bien sabido por aquel entonces que al insaciable rey le encantaba el show, incluso más que las ideas, y las agencias sin importar el precio, iban a dárselo. Es más, por aquellos días solo se escuchaba del dichoso espectáculo de presentación: que una agencia llevaría cuenteros; otra, hombres bala; otra, malabaristas, en fin, hasta se decía que una de ellas iba a aprovechar su red internacional para traer creativos Faquirs desde la India.
Cumplido el plazo, en un carruaje rumbo al castillo, un director creativo disfrazado de payaso lamentaba haber gastado seis de los siete días preparando un show circense, no era lo suyo, simplemente no se le daba, hubiera preferido gastar ese tiempo buscando mejores ideas, pero sabía que, en aquel reino, pensar así era una herejía por la que podrían cortarle la cabeza.
Otro creativo que viajaba a su lado, lo apoyaba diciendo que había gastado tanto tiempo ensayando patadas, cachetadas, caídas y risas falsas para la presentación, que hacer la propuesta de campaña había sido el menor de los problemas.
Frente al castillo, mientras unas agencias entraban y otras salían, se escuchaba de todo; que una agencia digital por ejemplo, había llevado una máquina ultrasonido con la que le habían sacado una ecografía en “Real Time” a uno de sus diseñadores, según decían, la imagen diagnóstica mostraba un escudo del reino entre las tripas del creativo, el mejor show definitivamente, incluso decían que habrían ganado de no ser porque el rey, justo en ese momento, estaba mirando la repetición de un gol en su celular. Contaban también que en una agencia le habían pedido a uno de sus directores de arte tatuarse el cuerpo entero con el manual de marca del reino, así mostrarían su compromiso con el monarca; debía llevar el logo en policromía pintado en el pecho y los usos incorrectos tatuados en las nalgas.
Decían, unos días después, y tal vez por envidia, que la agencia que había ganado, si bien era buena lanzando cuchillos en llamas, era pésima lanzando campañas, pero nada que hacer, así se elegía en aquella tierra de reyes y bufones, donde valía más la forma que el fondo, donde valía más la mujer barbuda que la mujer que diseñaba, donde valían más los hombres de dos cabezas, aunque vacías, que los de solo una, así la tuvieran llena de ideas.
Por:
Diego Ortiz “Mimo”
VP creativo, DDB México
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