En estos días de incertidumbre recuerdo un cuento muy inspirador. Durante la guerra, un niño hambriento decide tocar las puertas de distintas casas en búsqueda de alimentos. “¡No tengo nada para compartir!”, responde la primera señora que lo atiende. “¡Solo pude comprar algo de pan para mi familia!”, exclama otro hombre. El niño intenta en distintos hogares, puerta por puerta, pero se queda con las manos vacías.
En soledad, sentado en el banco de una plaza, encuentra una vieja cacerola. La limpia, toma un poco de agua, echa una piedra dentro, prepara un fuego y olfatea la mezcla. “¡Qué bien huele esta sopa!”, grita con entusiasmo. Otras personas hambrientas, siguiendo el juego del niño, acompañan la actuación. “¡Por Dios, eso sí que se se ve bueno!”, comenta una chica. La ronda empieza a poblarse, llamando la atención de todos los que pasan. “¡Yo tengo un poco de sal, hará a ese caldo más sabroso!”, dice un recién llegado, creyendo el relato; “¡En mi bolso llevo algunos garbanzos, tómenlos y agréguenlos!”, añade otro. Y así, cada uno va sumando un nuevo ingrediente, formando un puchero delicioso para el deleite de los improvisados comensales.
¿Por qué me gusta esta historia que es parte de la tradición oral desde hace décadas? Hay varias razones. En primer lugar, porque transmite esperanza, el combustible que aporta optimismo en momentos de confusión. El contexto actual parece desolador, es cierto: los pronósticos auguran una caída del producto bruto global, recesión, desaceleración del consumo y un final abierto (algunos hablan de 90 días más) para esta pandemia que nos tiene en vilo. Porque lo único verdadero en este caos es que nos encontramos frente a un enemigo invisible.
Mientras la marea se mueve y el barco tambalea, hay dos conceptos que pueden salvar a muchos de un desenlace indeseado: creatividad e innovación. Debemos ser rápidos de reflejos para entender que las reglas del juego han cambiado y que las respuestas que teníamos hace un mes quizás hoy sean obsoletas. Y todo sucede a ritmo vertiginoso. Algunos dueños de restaurantes, por ejemplo, venden comida a futuro a sus clientes. Las concesionarias automotrices muestran sus autos de forma online. Quienes brindaban capacitaciones presenciales hoy se vuelcan definitivamente a la alternativa remota.
Soluciones creativas en momentos de crisis. Muchos podrán sobrevivir si se reinventan a tiempo. Otros no, aunque duela decirlo, porque les será imposible resistir el peso de una ola que amenaza con arrasar todo lo que encuentra.
Asimismo, debemos ser conscientes de que el mundo también vive otras pandemias, desde el dengue y el ébola hasta el hambre y la falta de acceso a agua potable. Estos dramas son constantes y llegan a millones de personas en todos los continentes. Por ejemplo, en Estados Unidos las poblaciones afroamericanas y latinas tienen índices más altos de mortalidad de covid-19 por falta de acceso a sistemas de salud, alimentación y educación. Esa es una simple muestra de los problemas por los que atraviesa la humanidad entera, tanto países desarrollados como subdesarrollados.
Frente a estas realidades, estoy convencido de que a quienes estamos al frente de empresas nos toca ser compasivos, empáticos y, sobre todo, transparentes. Compasivos y empáticos con nuestros equipos y con las situaciones que atraviesan; transparentes en ser claros al comunicar el escenario complejo que enfrentamos y los desafíos que vendrán.
Dentro de este marco, creo que hay dos tipos de líderes; aquel que facilita por completo el camino a sus empleados, brindándoles todo a mano y presentándoles una zona de confort constante, y aquel que los observa, resguardándolos desde arriba, pero invitándolos a exigirse para que afloren la innovación diaria y la creatividad. Estos últimos son los que les permitirán a las empresas conseguir algo de aire en el escenario.
Insisto: hay que ser transparentes con lo que pasa y con la ausencia de respuestas a algunas de las preguntas que nos hacemos. No saldremos indemnes de esta crisis y es probable que muchos no logren sobrevivir, en todos los sentidos de la palabra.
Pero es en el corazón de esta incertidumbre donde encontraremos fuerzas para cambiar, para pensar nuevos paradigmas, para adaptarnos y extraer muchísimos aprendizajes. No será fácil, por supuesto. Pero si entre todos creemos en una gran sopa de piedras, seguramente terminemos comiendo un exquisito puchero. La esperanza es lo último que debemos perder.
Por:
Gastón Taratuta
CEO
IMS